A la puerta de mi casa, cada día por la mañana encuentro regalos variados: hoy una bolsa vacía de patatas fritas, mañana un papel anunciando una pizzería que te trae la pizza a casa, otro una babosa que pasea...

Hace unos días había una cajita de plástico que contenía tallarines chinos. La verdad es que agradezco que los gnomos del jardín me dediquen estas ofrendas.

Convaleciente en la sala de traumatismos oculares, Polifemo todavía no comprende lo que ha pasado. Bajo cualquier punto de vista objetivo, Ulises es un ladrón de ovejas, y él, un pastor que vive en su isla sin molestar a nadie.

Sin embargo, el que queda como un canalla no es Ulises y demás bandidos, sino él.

Están adecentando estos días la cocina de mi casa, y después de quitar el suelo, el terrible papel pintado amarillo, un poco de pared, los muebles, y alguna que otra cosa, sigue pareciendo igual de mal que antes.

A veces las apariencias no engañan supongo.

Se me estaba ocurriendo que desde que a los muertos no se les pone un denario de oro bajo la lengua para que puedan pagar a Caronte, se debe estar haciendo una cola de no te menees para entrar en los Infiernos.

No sé exactamente que es lo que pasará con los morosos éstos. Quizás el castigo sea eso, esperar permanentemente a la cola, sin nada que hacer, puesto que el olvido ya está hecho, y es improbable que alguna otra de las almas en pena suelte la pasta.

Despistado y perplejo, Ulises mira el mapa otra vez mientras se pregunta que es lo que hace en el sitio este en el que está, y porqué se fué de Itaca donde ahora estaría con los amigotes pasándolo bien.